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domingo, 27 de noviembre de 2016

Good bye, Lenin! Fidel Castro fue momificado en vida antes de morir, convertido en fetiche y reliquia de su hermano Raúl

Existe una elocuente, incluso sarcástica relación entre la dictadura y la longevidad. Lo sabemos en España y lo supieron los camboyanos. Lo saben los cubanos a cuenta del síndrome de Estocolmo que ha cultivado Fidel Castro desde la purga y el victimismo, así es que debió resultarle monstruosa la imagen de su hermano plegándose como un monaguillo ante un presidente americano y negro.

Insisto en lo de negro porque la dictadura cubana fue siempre discriminatoria en el reparto y en la pedagogía del poder, incluso racialmente paternalista cuando sobrevenían las misiones africanas, aunque sospecho que Fidel Castro no estuvo nunca al corriente del acto de conciliación con la administración yanqui.

Lo imagino engañado por su entorno. Sospecho que lo habían convertido en la cobaya caribeña de Good bye, Lenin!, aquella película germano oriental cuyo protagonista había construido a su madre una realidad paralela que renegaba de la caída del Muro de Berlín y que la prevenía del peligro de un recaída tras haber sufrido una crisis cardiaca y un problema de amnesia.

Puede que Raúl hiciera lo mismo con su hermano. Imagino que se imprimieron ediciones particulares -más particulares todavía- de Juventud rebelde y de Granma para ocultar al patriarca la apertura a la Casa Blanca.

Y supongo que la televisión nacional elaboró reportajes específicos para que sólo Fidel pudiera verlos en su habitación, como si Cuba representara una amenaza a EE UU. Que no se entere Fidel, que no se entere Fidel, susurraba Raúl a los enfermeros.

Debieron engañarlo, manipularlo por razones de salud y, al mismo tiempo, someterlo a la propaganda que él mismo inculcó a sus compatriotas. El gran mentiroso murió engañado. Creyó que la revolución había triunfado.

Y la escena o la hipótesis despierta una cierta pena, suscita una conmiseración que redondea la caricatura de Fidel Castro envuelto en un sudario de Adidas. Más que absolverlo o disolverlo la Historia, Fidel Castro corre el riesgo de pasar a ella como el hermano de Raúl.

Evocando aquella anécdota que la leyenda atribuye a Borges, cuando le preguntaron su opinión sobre Antonio Machado. “No sabía que Manuel tuviera un hermano”, respondió el escritor argentino.

Y no sabíamos que Raúl tuviera otro, momificado como estaba en vida, embalsamado como una reliquia, trivializado como una voz de ultratumba al tiempo que Cuba mutaba o degeneraba hacia el híbrido del capital-comunismo. Un modelo de patente china que reúne la ferocidad del capitalismo y la maquinaria represiva de una tiranía.

La Castro que no asistirá al funeral de Fidel

“En ningún momento he regresado a la isla, ni tengo planes de hacerlo”, afirmó Juanita Castro en un comunicado enviado a El Nuevo Herald, el diario de cabecera de la ciudad en la que reside desde hace décadas, Miami. “Hace 51 años que llegué a este exilio en Miami, como todos los cubanos que salieron para encontrar un espacio donde luchar por la libertad de su país (…) y jamás he cambiado mi postura, aunque por eso tuviera que pagar un alto precio de dolor y aislamiento”, agregó.